La
parábola de “El grupo de catequesis”.
A un experimentado catequista se le
encomendó un nuevo grupo para su catequesis. El grupo estaba compuesto por
jóvenes con muchos problemas: había chicos con adicciones varias, algunos con
profundos problemas de comportamiento, y muchas otras dificultades.
Cuando el catequista tuvo su primer
encuentro con estos jóvenes les preguntó qué pensaban acerca de la vida y de la
muerte, acerca del hombre y de Dios. Y se dedicó a escucharlos con corazón
abierto y atento. Entre las ideas que expusieron los chicos, las había de todas
clases. También había mucha confusión e ignorancia.
Y este catequista experto supo que hacer crecer a este grupo
–tanto por sus problemas de vida, cuanto por sus ideas confusas– le llevaría un
largo proceso catequístico. También su experiencia le hacía ver claramente que
tendría que tolerar en esos jóvenes –y quizá durante largo tiempo–
muchas imperfecciones e incoherencias.
Y esto, no porque el catequista quiera que esos problemas
permanezcan allí; al contrario: él quiere ayudarlos a liberarse de esos
problemas cuanto antes. Pero este sabio catequista sabe que ayudar a
crecer es un proceso delicado, que requiere de pasos graduales, para que sean
asumidos por cada uno con conciencia y decisión verdaderas. Sólo un necio
podría pretender iluminar todos los errores y curar todas las heridas en un
solo día...
* * *
Tres años después –y después de mucho trabajo– los mismos miembros
del grupo le decían a su querido catequista: “¡Qué mal que estábamos cuando
llegamos! ¡Y cuánto nos ayudaste a crecer!”
2.
Explicación de la parábola.
Todo proceso pedagógico implica
etapas, pues los seres humanos vamos aprendiendo poco a poco. Y esas etapas
suponen que los primeros pasos no son tan perfectos como los últimos. Incluso
puede suceder que en esos primeros pasos del aprendizaje, las personas que van
creciendo tengan todavía muchas imperfecciones.
La parábola nos muestra un grupo donde no sólo hay imperfecciones,
sino que también hay males: confusión, ignorancia, adicciones, problemas de
comportamiento, etc. Pero el sabio catequista sabe que curar esas heridas no es
trabajo de un día: hay que iluminar las conciencias, hay que fortalecer los
corazones, hay que cambiar los malos hábitos... y todo esto lleva trabajo y tiempo.
Por eso, pretender cambiar
todo lo malo en un día es imposible. Inclusive, sucede frecuentemente que –para
llegar de una manera adecuada a un determinado tema de debate y crecimiento–
haya primero que dar tres o cuatro pasos previos, para preparar la aparición de
esa cuestión delicada.
Algo parecido a todo esto sucede
cuando Dios se va revelando a la humanidad. Dios entabla un diálogo que implica
etapas. Y, como vimos, las primeras etapas no son tan perfectas como las
últimas. Y esto es así a causa de la imperfección del hombre, que Dios
conoce y asume.
Esto explica que en los textos más
primitivos del Antiguo Testamento haya “elementos imperfectos y pasajeros” que
hacen a “la divina pedagogía del amor salvífico de Dios” (CCE 122, citando DV
15). Textos que muestran a un Dios vengativo, ideas precarias o actitudes
éticas deplorables, no pretenden ser Revelación de Dios, sino que expresan las
ideas y vivencias que el Pueblo de Dios tenía al comienzo de su proceso
catequístico. Y Dios –indudablemente, el más sabio y paciente de los
catequistas– soporta esas ideas y actitudes en su Pueblo, y las va corrigiendo
poco a poco. Cuando llega la plenitud de la Revelación, con el envío del Hijo y
del Espíritu Santo, aquellos errores del Pueblo alcanzan su rectificación final.
Y así como en todo itinerario pedagógico, hay que juzgar el
conjunto del proceso a la luz de los frutos finales, también hay que corregir
esas visiones inadecuadas que el Pueblo tiene al principio de la Revelación,
con la Revelación plena y definitiva que la Trinidad hace en la Nueva Alianza.
Los ejemplos posibles son numerosos, comenzando con la frase que
titula este capítulo: “Endureció Dios el corazón del Faraón...” (Éxodo 9, 12;
10, 20; etc.). Ante esto es lógico preguntarse: ¿Cómo puede ser que Dios le
endurezca el corazón al Faraón, y luego lo castigue por tener el corazón duro?
Lo cierto es que, en aquellas primeras etapas de la Revelación, el Pueblo creía
que la omnipotencia de Dios era la causa de todo: tanto de lo bueno, como de lo
malo. Y la razón de esto no es difícil de entender, pues ellos pensaban así:
“Si Dios es omni-potente, es decir, todo-poderoso, quiere decir que tiene todo
el poder y, por tanto, nadie más puede tener ni siquiera el 1 % de poder; pues,
si alguien tuviera aunque sea sólo un 1 % de poder significaría que Dios no
tiene todo el poder, sino sólo el 99 %.” Con el tiempo, Dios le fue haciendo
entender a su Pueblo que, si bien Él es omnipotente, también es
–inseparablemente– sabio y bueno y que, por eso, “retrae” bondadosamente su
poder infinito, para dejarnos a nosotros un espacio de verdadera libertad.
Y Dios también le hizo entender que Él nunca es la causa del mal.
En este rubro está el que –a mi parecer– es el ejemplo más claro de cómo la
Biblia “se corrige a sí misma” o, mas bien, “corrige en sí misma” una idea
errónea que el Pueblo de Dios había consignado siglos antes. Pues, si se
compara 2º Samuel 24, 1 con 1º Crónicas 21, 1, se verá que en el primer texto
se dice que quien tienta a David es Dios, mientras que en el segundo texto se
dice que el tentador es... ¡Satán! La razón de semejante diferencia es que son
dos textos de épocas distintas –entre los que median varios siglos– y, durante
esos siglos Dios le fue enseñando a su Pueblo que el mal nunca surge de Dios,
sino que surge de las creaturas, que son realmente libres. Por eso el texto de
Crónicas corrige el texto anterior del libro de Samuel.
Y los ejemplos podrían seguir. Sólo consigno uno más, que es muy
importante. Dios manifestó que es Trinidad de Personas –Padre, Hijo y Espíritu
Santo– recién en la última etapa de la Revelación. La razón de esto es que, si
lo hubiera revelado antes, probablemente el Pueblo hubiera caído en el
politeísmo, entendiendo que eran tres dioses. Sólo después de largos siglos de
“catequesis monoteísta” la Trinidad se reveló como tal, marcando un delicado
equilibrio: Dios ni es una sola persona, ni tampoco hay tres dioses, sino que
Tres Personas Divinas distintas son una comunión consustancial. Si a nosotros
hoy –después de tanto tiempo, experiencia y reflexión– nos resulta difícil
percibir estas alturas del Misterio de Dios ¡cuánto más le hubiera costado a
Abraham o a David, varios milenios atrás!
Como conclusión general podemos decir que: cuando un contenido del
Antiguo Testamento resulta problemático de entender, debemos fijarnos cómo
corrige el Nuevo Testamento ese tema y, darnos cuenta que la precariedad del
texto antiguo era “paciencia de Dios” que no podía corregirnos todo desde el
principio.